martes, 10 de marzo de 2009

Conexión perdida

Entre el pasto y la urbe hay varios metros de concreto, toneladas de asfalto: edificios, carreteras, señales, muros, hombres muertos acostados y encerrados en pequeñas tumbas, caminando entre la cúpula.

Entre el alma y la carne se cuela una oda infinita de conexiones. Entre la carne y el exterior de la ropa hay pocos milímetros. Y aparece el hombre moderno, avanzado, un esclavo de sus posesiones, caros e inútiles juguetes.

Pero entre el pasto y el alma, entre la tierra limpia, primaria y el infinito, se perdió la conexión principal. Somos nada. Pequeños piñones de dudosa calidad, desechables y reembolsables que permiten la continuidad de un inocuo sistema que ya no se soporta ni a sí mismo.

Payasos sin humor, jugando papeles repetitivos, en una circular y enfermiza relación con una tremendísima y desastrosa rutina.

Entre el pasto y la urbe, entre el alma y la piel, entre la piel y la ropa, entre la ropa y los gadgets, se perdió el sentido eterno de la humanidad, se sobredimensionó la comunicación global, exhaustiva hasta el extremo vicioso de poder estar conectados con todo el mundo, menos con nosotros mismos.

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