viernes, 20 de febrero de 2009

La alquimia inversa

El edificio de Colpatria ha de ser un pelo desde el espacio, lo decía Mariam, “Los edificios desde el espacio deben ser como los pelos de tu barba”. Estoy aquí jugando al serio, cruzo la pierna y huelo con disimulo el delicioso café. Un salón abierto y elegante. Alfombra color vino, mesas bien decoradas, copas cristalinas y servilletas de tela.

A mi izquierda dos sendos ejecutivos de menos de 30 años discuten sobre prolíficos modelos de empresa, están llenos de gadgets, teléfonos celulares, agendas digitales, gps (esos aparatitos cuya principal utilidad es decirle a uno en donde está, deberían inventarse un gps que le diga a su dueño quien es).

Pienso en el valor del dinero, en lo que debe o no debe ser real. Era la misma pregunta que me hacía de niño ¿qué representa el papel moneda?.

Mi papá contestaba con inocencia que los países tenían guardado, en sus bancos centrales, un equivalente en oro puro que era representado por los billetes que circulaban por la calle.

Con el tiempo, los lingotes del codiciado oro, elemento (Au), fueron desplazados por elementos y compuestos más dinámicos, y el (Au) se convirtió en oro filosófico. Pasó lo más temido: el papel que simbolizaba una riqueza real se convirtió en riqueza persé. Riqueza de papel. El oro desapareció, ¿regresó a la minas? ¿lo monopolizaron de nuevo los judíos?.

Luego la caída del valor empeoró y el papel simbólico se convirtió en un valor nominal y hasta virtual, lo que llamaron los tigres ochentenos, la bolsa, una riqueza ficticia, inflada, representada en valores inocuos, imaginarios.

Esta falsa representación del valor fue la base para comprar materias primas y se convirtió en miles de productos y gadgets tecnológicos inservibles, juguetes muy caros para un juego desastroso.

Pronto, debido a la fuerza histórica de la prohibición (no hay nada más fuerte para el ser humano que lo prohibido), las drogas con sus compuestos ligeros, sus aleaciones fantásticas, empezaron a formar un nuevo soporte real pero ya no en manos de Gobiernos Soberanos sino en manos de personas, un extraño poder popular muy bien aprovechado por los poderosos .

Las drogas que llevan a los humanos a lo irreal, se convirtieron en soporte de valor real no estacionario como el oro, el valor de la droga es precisamente la promesa de aislar a los humanos de la realidad, llevarlos a estados imaginarios, lejanos.

Así, las drogas prohibidas, hoy por hoy, son la base de la economía universal, una cadena económica que los grandes poderes entienden y que sumada a la guerra o por ser en si misma la guerra, no se podrá romper, nunca habrá legalización porque sería una estocada sobre el flotador económico que aun no deja que nos muramos de hambre sobre tantos gadgets y carros de mas de cien millones.

La droga no causa la guerra, la ideología no causa la guerra, la guerra es un mero instrumento filosófico que permite liberar las fuerzas mentales, un punto de fuga necesario para la humanidad y en si mismo, inherente a la estructura humana.

La guerra en si misma no es el problema, es una consecuencia explosiva de los juegos de poder que mantienen en delicado equilibrio en la preservación de la especie, aniquilando la misma especie, algo así como una sangría para evitar una embolia.

En consecuencia las armas, necesarias para la guerra, empiezan a soportar otro valor real, para las guerras se requieren armas, para las armas se requiere dinero, para el dinero de requieren drogas, prohibidas por supuesto.

El resto de nosotros, simples mortales que vivimos en una burbuja, educados en mediocres universidades occidentales del tercer mundo, cuyo principal logro es formar esclavos pseudomoralistas, nos comimos completito el cuento de que las drogas son la causa de todos los problemas.

De pronto caigo sobre un seco desierto y una figura flacucha a quien he visto matar a un gordo para que le diera sombra me dice: “Despertad idiota, una nueva revolución se avecina, una revolución postmodernista, lejana a las cochinas raíces que nos atan desde el mercado veneciano hasta hoy… despertad… despertad…” alguien sacude mi hombro, una espesa baba amarillenta cuelga de mi labio: ¡Señor, despierte… vamos a cerrar!.

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